Si no fuéramos tan
necios ante los aconteceres de la vida y tuviéramos siempre presente que el único derecho
irrevocable que nos compete es el de estar equivocados, y partiéramos desde esa
base para intentar desempeñarnos con criterio frente a los demás; definitivamente
nos resultaría todo más fácil a la hora de asimilar condiciones, de comprender
estados, de aceptar diferentes puntos de vista, de escuchar sin juzgar; e
incluso, al asumir esa posición, lograríamos una apertura de nuestra
personalidad que redundaría por lo pronto en aprendizaje y a la postre en
sabiduría.
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