Hay momentos en los que las circunstancias de la
vida arrecian como llovizna de invierno, con la intrínseca promesa de derribar
mi integridad. Instantes que aprovechan al máximo los
infortunios para machacar sin contemplación alguna sobre la escasa paciencia que me resta. Es justo entonces, en el preciso segundo en el que estoy por tirar la
toalla o estallar en mil pedazos, cuando apareces tú, con esos ojos empapados
de oasis, con ese andar de reina en sus aposentos, con esa paz de amanecer
campestre, con esa sonrisa que sólo esbozabas para mí. Y con esa simple aparición,
ya que nunca dejas de ser más que eso, haces que se mitiguen los alcances de toda
influencia negativa y al mismo tiempo logras que rejuvenezca mi ánimo rumbo a
un inevitable volver a empezar.
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