Y sí, tantas veces lo había soñado que
al fin se lo terminó por creer. Creyó que ya había vivido todo lo que había que
vivir. Creyó que había dado cumplimiento a las misiones que se le habían
encomendado en el breve tránsito por el derrotero vital. Y así, convencida de que
ya no quedaban pendientes por cumplir, tan sólo cerró los ojos y se echó a
volar. Y por ahí anda: a veces, inquieta, visita ciertos confines ocultos que
nadie ha osado conocer, y otras veces, sonriente, suele regresar a lugares
conocidos en los que supo pasar buenos momentos. Ella vuela, y ya no dejará de
volar, aunque se haya olvidado de llevar su cuerpo que reposa a ratos en una
mecedora en el living, y a ratos en la cama matrimonial donde ya hace un tiempo
se ha desocupado la otra mitad. Y, ¿quién sabe?, tal vez en alguno de sus
vuelos se vuelvan a encontrar, y echen a volar juntos una vez más.
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