No. Por más que lo intentó no pudo
esperar a estar sumida en la acogedora intimidad de su habitación para comenzar
a leerlo. Tantos comentarios había escuchado acerca del proceder prohibido de la
pareja protagonista de ese libro que una vez que lo tuvo en sus manos la ansiedad
pudo más que los consabidos reparos que debía tener en base a guardar las
apariencias. El tronco de un viejo fresno ubicado en un apenas discreto lugar
de la plaza le hizo masajes en la espalda, las intermitentes sombras de sus
ramas fueron contorneando la suavidad de sus curvas, la fresca brisa del otoño
erizó los pelillos de su piel de durazno, mientras las hojas secas bailaban a
su alrededor e intentaban hacerle cosquillas en las piernas. Ella nunca se
enteró, pues ya estaba inmersa en la atrayente historia y al tiempo que
entrecerraba los ojos, se aprestaba a sentir sobre su cuerpo desnudo las intensas
caricias y los cálidos besos de aquel misterioso amante.
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