martes, 19 de marzo de 2019

Imperdonable


Te miraba obnubilado, con devoción he observado cada milímetro de ti a sabiendas de que estaba ante la gran obra maestra, escuchaba maravillado cada palabra escapada de la dulce celda de tus labios, recorrer tu cuerpo era un incomparable placer, disfrutaba de ti y contigo con la calma y la parsimonia de lo que se sabe propio. Llegué a percibir en ti ese elixir mágico y embriagador que solo emana de lo sublime. Pero, mientras más admiraba la perfección hecha carne en ti, más me convencía de que en el fondo escondías el mayor de los defectos, aquél que ensombrecería todas tus virtudes. Y como un digno representante más de la gran estupidez humana, dotado con ese auténtico vicio de los mortales que es la inconformidad, me he puesto a buscar tal deficiencia y creí habértela encontrado o, en definitiva, creo que terminé por inventarla. No conforme con ello, me he dedicado a sacar provecho de tal supuesto defecto para así ir tirando por la borda una a una, como quien desprende los pétalos de una rosa y los deja caer para que el viento se los lleve, todo el dechado de virtudes que hacían de ti la perfección hecha mujer.  Y así como he admirado en ti la belleza en fantástico esplendor,  he creado en mí al monstruo que se la ha ido devorando poco a poco sin el menor remordimiento.

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