Por la voluntad inquebrantable que es potestad de ellas para brindar todo lo que tienen y un poco más.
Por el virtuosismo de saber reconocer
siempre cuándo es el momento adecuado para lo que sea.
Por la capacidad de escuchar, aún
cuando conocen con lujo de detalles lo que se les va a decir.
Por el sosiego revitalizador que saben
impregnar a las situaciones en tiempos en los que reina la vorágine del ímpetu
o la ansiedad.
Por la confianza que transmiten que nos
impulsa a cerrar los ojos sin temor alguno a lo que sea que pueda ocurrir.
Por las dosis de ánimos renovados que
nos inyectan luego de tantas jornadas infructuosas o agotadoras.
Por el precepto implícito en sus
actuares que nos invita a que las sigamos por los caminos de la vida que van abriendo.
Por la embriagadora sensualidad que solo
ellas logran expresar con naturalidad para nuestra perdición.
Por los susurros al oído que suelen despertarnos
lejanos recuerdos de arrullos y pechos cálidos.
Por todo eso, y por todos los demás
atributos que olvido citar por el simple hecho de ser hombre, ¡salud
mujeres! Son, sin duda alguna, la frutilla en el postre de la creación.
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