Ella estaba convencida de
que el mundo se limitaba a nosotros dos, a lo que nos ocurría a ambos. Le expliqué
que el entorno nos embarga, que nos succiona y nos hace girar a todos por igual en
una misma rueda, que los acontecimientos nos marcan de una u otra forma, que, por ejemplo: podría suceder que en cualquier momento pasara a mi lado la mismísima
sensualidad vestida con su fantástico traje de mujer dirigiéndome una mirada
cómplice y eso sin duda afectaría mi entereza y por ende la de nuestro mundo por
más inquebrantable que parezca. Creo que entendió muy bien la explicación
porque se marchó con el primero que se le cruzó en el camino, que le supo sonreír
y elogiar su empinado ego.
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