Mientras haya claridad
que ilumine su cara, el hombre soportará estoico el malestar que lo embarga y poco
a poco lo carcome. En cuanto las penumbras escondan su humanidad, su rostro se estirará, y en silencio derramará lágrimas que nadie verá; aunque no por eso resultarán
menos reales o sentidas. Lágrimas por discrepancias que no entiende, por
actuares que no comprende, por penas que se han hecho parte del alma y de la carne.
Y al levantarse volverá
a pintar su mejor sonrisa, la que durará todo el día para extinguirse al mismo
tiempo que se apague la luz.
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