No fue su intención ocupar ese lugar, más bien lo puso allí la ingratitud de la vida aunque él
jamás se quejó. Las cosas siempre pasan por algo, solía decir. Derrochaba energía
ante los demás en tanto que en soledad y por dentro poco a poco moría. Descartó
la caridad de una docena de samaritanos para rodearse de igual cantidad de
perros vagabundos que escuchaban sus excelsas historias y dividían su escasa
comida. Mientras tuvo lucidez tuvo orgullo. Fue corajudo a su criterio, al de
los demás casi un idiota y también un loco de atar. Una sonrisa dolorosa con tintes de
mueca coronó su final. Tal vez con el último aliento aún pensó que se había
salido con la suya, que había hecho lo que quería. Pudo haber vivido mucho más
y mejor pero él eligió hacerlo así.
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