jueves, 18 de junio de 2015

La hija del rigor

He lamido tus heridas cuando no te quedaban ánimos ni siquiera para eso.
He juntado los pedazos de tu corazón y pacientemente los he vuelto a unir.
He sido resguardo de tu atribulada alma luego de rescatarla de los mismísimos confines del infierno.
He insuflado energías en tu cuerpo e implantado esperanzas nuevas en tu voluntad para que te levantes y eches a andar. Y lo hiciste y partiste con rejuvenecidas ganas de vivir.

No me quejo de haberlo hecho, al contrario, fue una satisfacción para mí, y lo volvería a hacer, si no fuera porque has vuelto a buscar cobijo tras las garras del único culpable de haber causado todos tus tormentos y desde allí me ladras mostrándome los dientes y con la mirada inyectada en sangre como si me desconocieras.

Las medidas del olvido

La extensión de tu ausencia poco a poco me ha ido quitando las ganas de extrañarte. La opresión otrora insoportable ha cedido milímetro a milímetro liberando de congoja mi pecho y oxigenándome el alma. El largo lazo del olvido me ha rodeado paulatinamente, ciñéndose a mi cuerpo centímetro a centímetro, haciendo que expulsara hasta las últimas migajas de pasión y locura. Ya casi puedo asegurar que me encuentro a unos pocos cientos de miles de kilómetros de olvidarte, y a sólo una eternidad de dejar de quererte.

El beneficio de la duda

Si tu manera de actuar ante situaciones puntuales genera suspicacias en los demás. Si en tu forma de ser existe algo implícito que el común de la gente cree adivinar o percibir; jamás digas tu verdad, deja que los suspicaces la disciernan y de acuerdo a ello opinen como se les dé la gana. Mientras no la ventiles sólo tú serás dueño de la verdad absoluta. En lo adivinable, en lo posible de ser, siempre habrá un margen razonable de duda. Si descubres tu realidad, si la revelas con lujo de detalles, pues deberás hacerte cargo de ello, estarás obligado a asumir las consecuencias y a dar explicaciones. Resérvala y no correrás riesgos inútiles. Siempre que tengas el beneficio de la duda contarás con un arma casi invencible a la hora de defenderte. Pocas veces se termina por ahuyentar a los fantasmas cuando se ventila la casa. Y siempre será más provechoso tener a tu lado un par de fantasmas fieles que una legión de alcahuetes malintencionados.

miércoles, 3 de junio de 2015

Soy culpable

Si es mal enseñar dejar que me hieran sin rebelarme.
Si es mal enseñar crear adicción con mi buen trato.
Si es mal enseñar no sentir jamás deseos de venganza.
Si es mal enseñar creer a rajatabla todo lo que me dicen.
Si es mal enseñar que me baste con que me pidan perdón para perdonar.
Si es mal enseñar no dejar asentadas en mi cuaderno las ofensas pendientes.
Si es mal enseñar pedir disculpas hasta cuando sé que he actuado de buena fe.
Si es mal enseñar olvidar que me han herido y ofrecer mi cuerpo otra vez como carne de picadero.

Si el mal enseñar fuera un pecado, entonces yo sería un pecador reincidente sin cura, un culpable absoluto de consentir sin posibilidad alguna de redimirse. O tal vez sólo sea un iluso creyente en estúpidas buenas intenciones ya pasadas de moda o enterradas en el polvo del olvido, y los demás no hacen otra cosa que aprovecharse de ello.

Ser o no ser: he aquí la cuestión

Y un día ocurrirá algo que encenderá la luz que iluminará ideas reveladoras sobre la aterradora oscuridad de tu vida. Y ahí te darás cuenta de que todo lo que has hecho hasta el momento no han sido más que intentos fallidos por ser alguien que al final no quieres ser. Y te desayunarás que, al contrario de lo que pensabas, no has establecido los cimientos de nada, que absolutamente todo aquello que creías que contabas en tu haber, y que fuiste acumulando con el sudor de tu frente y el desgaste de tu espíritu, está dotado de una asombrosa volatilidad y que no resistirá al impulso de la fuerza de la inercia del paso del tiempo. Y eso tal vez no sea lo peor, pues también te darás cuenta que se te ha ido o has desperdiciado la mayor parte de tu vida en intentos por ser ese alguien que no eres ni ya quieres ser.