viernes, 1 de mayo de 2015

¡Qué saben!

Tu boca, tus labios: tus escuetos pero siempre cálidos besos.
Tus ojos inquisidores y sus posesivas, descubridoras de intenciones, y a veces mortales miradas.
Tus manos, tus dedos: esas suaves caricias tan oportunas como escatimadas y por eso tan dueñas de mi ansiedad.
¡Qué sabe el tiempo cuando asegura que bajo su reinado todo se olvida!
Tu vientre liso, tu cintura marcada: la inevitable atracción de las formas de avispa.
Tus piernas largas, la convexidad de tus caderas, tu tersa piel: esa inocultable gracia de mujer.
¡Qué sabe la distancia si te aleja de mí en la creencia de que es posible no pensarte!
Lo sublime de tu sexo, la magnificencia de tus nalgas: las particularidades a la hora de hacer el amor.
Tus aromas, tus flujos: la gloria de saberte y de tenerte; el placer de satisfacerte.
Que es fácil olvidarte. ¡Mentira! Eso es sencillamente imposible.

Rareza

Si logras escuchar música de violín entre tanto bullicio reinante.
Si sabes apreciar esa media hora de silencio que el azar te ha obsequiado.
Si puedes descubrir el brillo de la perla escondida entre tanta costra y oscuridad.
Si consigues ver lo profundo de un texto entre la abrumadora superficialidad existente.
Si aún conservas valores que en la mayoría hace tiempo figuran como extintos.
Si aplicas virtudes tales como escuchar y observar cuando todos parlotean o meten púa sin cesar.
Si tu idea de relajación es irte solo al medio del monte, sentarte y recostar tu espalda contra el tronco de un árbol, cerrar los ojos y divagar escuchando los sonidos de la naturaleza.
Si te has dado cuenta que vas cuando todos vuelven y eso no te molesta.

Entonces, definitivamente, eres un caso raro. 

Otoño instalado

Atrae mi atención el ruido de las hojas secas caídas que son presa del juego de la brisa tenue, que las pasea por el ancho de la calle a su antojo, que las lleva y que las trae en intercalados remolinos. Detengo mi quehacer y me pierdo por un instante, sumido en la contemplación del espectáculo. Por esas asociaciones raras e incomprensibles —o no tanto— de la mente, no puedo evitar pensar en el otro otoño, en aquel que me afecta directamente. Sacudo la cabeza como si eso fuera suficiente para ahuyentar malos pensamientos y continúo pintando la reja de nuestra casa.

La clarividencia del después de

Anoche tuvimos sexo. Liberé endorfinas. Descomprimí la mente. Soy de los que afirman que si todas las personas tuvieran la dosis justa de sexo que cada una necesita, al mundo en general le iría mucho mejor. Con los pensamientos desintoxicados, con el cuerpo y la mente actuando en armonía se ve más claro el buen camino, por ende las ideas fluyen libres, diáfanas y positivas;  dejando de lado por un momento aquellas erráticas, mal intencionadas y muchas veces hasta homicidas. Aunque también sé que estas nunca acabarán de irse, sino que retornarán como parte del interminable juego perverso de la ciclotimia de la vida. Por eso es que trato de aprovechar al máximo la clarividencia que me brinda ese después de, para crear, para asentar ideas que emergen naturales, cristalinas y abundantes como agua de manantial.