jueves, 16 de abril de 2015

Mariposas en el aire

Observo a nuestro gato volver de su última aventura, está hecho una ruina: roñoso, le cuelgan jirones secos mezcla de pelos, sangre y barro, se le ven manchones de piel sin pelambre, camina rengo y tiene una marca blanca en un ojo y una oreja rajada que no tenía. Si pudiera expresar su sentir seguramente se cuestionaría diciendo algo así como: “¿Vale la pena jugarse una vida por tan poco?”. Esta vez la joda le duró solo una noche. Al principio desaparecía por toda la semana. Le llevará todo ese tiempo o más recuperarse para tal vez volver a intentarlo. 

Me deslizo en el sillón playero buscando más comodidad, observo como la gata, que está echada encima del paredón, mira con atención los lastimosos movimientos de su compañero habitual, y hasta podría aseverar que siente lástima por él. Achino los ojos y miro lejos, pierdo la vista en los tonos borravinos del crepúsculo. Y pienso, y mientras más lo hago más convencido estoy —como el gato que cada vez sale más espaciado—, que seguramente lo mejor siempre estará en casa y que tal vez solo haya que ponerle buena voluntad o buscar las alternativas adecuadas para pasarla bien con lo que tenemos, que no es poco,  antes que intentar cazar mariposas en el aire o —en el caso del gato— soñar con gatitas imposibles.

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