jueves, 2 de abril de 2015

1982

Al ´82 lo recuerdo como un año muy significativo. No solo por la contienda de Malvinas, sino también en lo personal y ya les contaré por qué. Empecemos por el principio, yo tenía aún once años cuando se desencadenó lo de Malvinas —me niego a denominarla guerra, ya que se supone que una contienda de ese volumen solo se da cuando quienes se enfrentan cuentan con poderíos similares, nada más alejado que lo que pasó aquella vez en las islas—. Nos enteramos de su ocurrencia por la maestra de séptimo grado —mi maestra, mi segunda madre y muchas veces la primera—, que, además, era quien nos traía día a día las novedades sobre lo que sucedía allá. También fue ella la que organizó una colecta con el fin de reunir la mayor cantidad de chocolates y cigarrillos para nuestros soldados, porque, nos dijo, en ese recóndito lugar, que a partir de ese momento comenzamos a ubicar en el mapa físico como parte de la República Argentina, hacía mucho frío. Que los chocolates, de los cuales muchos de nosotros no conocíamos ni el aroma, los ayudaban a recuperar energías y que los puchos les servían para que puedan calmar los nervios y la ansiedad entre batalla y batalla. Quedamos todos chochos con la contribución realizada. ¡Pobres de nosotros, incluida la maestra, qué ilusos! Con seguridad nada de eso llegó a destino, pero bueno, valió la intención. Mucho después nos enteraríamos cómo fue que se desarrolló todo lo referente a Malvinas.
En cuanto a lo personal el año 1982 me dejó un trago amargo, un desengaño inesperado, pero que hoy día cada vez que lo recuerdo me roba una sonrisa. Al poco tiempo de concluir la contienda de Malvinas, recibí la triste noticia de que mi maestra, a la que yo tanto quería y que sabía estaba embarazada, se iba de la escuela y me abandonaba. En realidad se tomaba la licencia por maternidad que le correspondía, aunque yo lo sentí como un abandono y tuvo las consecuencias que tiene una acción de ese tipo. Me caló muy hondo, me destrozó el corazón y no lo pude entender hasta muchos años después porque, para colmo de males, no volvió en lo que quedaba del año que era mi último en la escuela primaria. O sea, que tuvo características de partida sin retorno, por ende, más doloroso aún si esto era posible. Pero bue… tengo que reconocer que dejó huellas imborrables en mi personalidad. Entre ellas: me ayudó a desarrollar el tesón para seguir adelante ante cualquier adversidad por más imposible de superar que esta parezca, o aquella enseñanza que dice que cualquier persona sin importar su origen puede llegar bien arriba si se lo propone y lucha incansablemente para lograrlo, o la otra que reza que llegará el día en que los buenos y los mansos también se rebelen.

En fin, año 1982, año de contiendas que dejaron huellas. Una muy triste, innecesaria y con una saldo lamentable: la de Malvinas, y la otra, la personal, triste en el comienzo, pero necesaria a lo largo del paso del tiempo y muy productiva en estos días por cierto.

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