Al ´82 lo recuerdo como un año muy significativo.
No solo por la contienda de Malvinas, sino también en lo personal y ya les
contaré por qué. Empecemos por el principio, yo tenía aún once años cuando se
desencadenó lo de Malvinas —me niego a denominarla guerra, ya que se supone que
una contienda de ese volumen solo se da cuando quienes se enfrentan cuentan con
poderíos similares, nada más alejado que lo que pasó aquella vez en las islas—.
Nos enteramos de su ocurrencia por la maestra de séptimo grado —mi maestra, mi
segunda madre y muchas veces la primera—, que, además, era quien nos traía día
a día las novedades sobre lo que sucedía allá. También fue ella la que organizó
una colecta con el fin de reunir la mayor cantidad de chocolates y cigarrillos
para nuestros soldados, porque, nos dijo, en ese recóndito lugar, que a partir
de ese momento comenzamos a ubicar en el mapa físico como parte de la República Argentina,
hacía mucho frío. Que los chocolates, de los cuales muchos de nosotros no
conocíamos ni el aroma, los ayudaban a recuperar energías y que los puchos les
servían para que puedan calmar los nervios y la ansiedad entre batalla y
batalla. Quedamos todos chochos con la contribución realizada. ¡Pobres de
nosotros, incluida la maestra, qué ilusos! Con seguridad nada de eso llegó a
destino, pero bueno, valió la intención. Mucho después nos enteraríamos cómo
fue que se desarrolló todo lo referente a Malvinas.
En cuanto a lo personal el año 1982 me dejó un
trago amargo, un desengaño inesperado, pero que hoy día cada vez que lo
recuerdo me roba una sonrisa. Al poco tiempo de concluir la contienda de
Malvinas, recibí la triste noticia de que mi maestra, a la que yo tanto quería
y que sabía estaba embarazada, se iba de la escuela y me abandonaba. En
realidad se tomaba la licencia por maternidad que le correspondía, aunque yo lo
sentí como un abandono y tuvo las consecuencias que tiene una acción de ese
tipo. Me caló muy hondo, me destrozó el corazón y no lo pude entender hasta
muchos años después porque, para colmo de males, no volvió en lo que quedaba
del año que era mi último en la escuela primaria. O sea, que tuvo
características de partida sin retorno, por ende, más doloroso aún si esto era
posible. Pero bue… tengo que reconocer que dejó huellas imborrables en mi
personalidad. Entre ellas: me ayudó a desarrollar el tesón para seguir adelante
ante cualquier adversidad por más imposible de superar que esta parezca, o
aquella enseñanza que dice que cualquier persona sin importar su origen puede
llegar bien arriba si se lo propone y lucha incansablemente para lograrlo, o la
otra que reza que llegará el día en que los buenos y los mansos también se
rebelen.
En fin, año 1982, año de contiendas que dejaron
huellas. Una muy triste, innecesaria y con una saldo lamentable: la de
Malvinas, y la otra, la personal, triste en el comienzo, pero necesaria a lo
largo del paso del tiempo y muy productiva en estos días por cierto.