jueves, 23 de abril de 2015

Viajar con la mente



¡Qué saben los que dicen que he viajado poco o que no conozco nada más que mi tierra!
Si he conocido toda la Polinesia y Malasia con Salgari.
Si he dado la vuelta al mundo con Verne.
Si London se cansó de llevarme por entre los pinos y la nieve de Canadá y Alaska.
Si Kane me ha paseado esquivando balas por todo el oeste americano.
Si Carrigan me ha mostrado como nadie el mundo de los espías y la guerra fría.
Si Wallace con su Ben Hur me enseñó al detalle Judea.
Si Chejov y Gogol me contaron de la problemática rusa.
Si Poe me mostró al detalle la neurosis americana.
Si Faulkner me inmiscuyó como nadie en las diferencias raciales del sur yanqui.
Si Rulfo me mostró las vicisitudes de Méjico.
Si García Márquez me contó las miserias de su Colombia.
Si paseé acompañado de Cortázar por las calles de Paris.
Si Ribeyro me ha impregnado Perú.
Si fui de la mano de Quiroga y su amiga la parca a Misiones.
Si conocí al detalle el llano bonaerense con Güiraldes y Hernández.
Si Borges me envolvió en su parafernalia y me llevó por donde se le antojó.
Si Galeano me abrió las venas y me arrastró por toda América latina.

Y he hecho tantos otros viajes memorables que me exaltan día a día, y los seguiré realizando porque es una satisfacción enorme tener la posibilidad de leer un buen libro. 

jueves, 16 de abril de 2015

Engaño compartido

Soñé con una bella amante y la sinuosidad de su cuerpo deslizándose sobre el mío en mi cama. Entre sueños pude apreciar que mi pareja se retorcía de placer a mi lado susurrando un nombre que no era el mío. La triste realidad del despertar en falta con miradas esquivas nos encontró juntos sin siquiera habernos tocado.

Mariposas en el aire

Observo a nuestro gato volver de su última aventura, está hecho una ruina: roñoso, le cuelgan jirones secos mezcla de pelos, sangre y barro, se le ven manchones de piel sin pelambre, camina rengo y tiene una marca blanca en un ojo y una oreja rajada que no tenía. Si pudiera expresar su sentir seguramente se cuestionaría diciendo algo así como: “¿Vale la pena jugarse una vida por tan poco?”. Esta vez la joda le duró solo una noche. Al principio desaparecía por toda la semana. Le llevará todo ese tiempo o más recuperarse para tal vez volver a intentarlo. 

Me deslizo en el sillón playero buscando más comodidad, observo como la gata, que está echada encima del paredón, mira con atención los lastimosos movimientos de su compañero habitual, y hasta podría aseverar que siente lástima por él. Achino los ojos y miro lejos, pierdo la vista en los tonos borravinos del crepúsculo. Y pienso, y mientras más lo hago más convencido estoy —como el gato que cada vez sale más espaciado—, que seguramente lo mejor siempre estará en casa y que tal vez solo haya que ponerle buena voluntad o buscar las alternativas adecuadas para pasarla bien con lo que tenemos, que no es poco,  antes que intentar cazar mariposas en el aire o —en el caso del gato— soñar con gatitas imposibles.

lunes, 6 de abril de 2015

Jefe de calderas

Él en otros tiempos tal vez hubiese sido un excelente jefe de calderas de un enorme buque transatlántico a vapor, o quizá, de un imponente tren de carga. No necesita darle un vistazo a los relojes, porque sabe escuchar pacientemente, sin perturbo alguno, el andar de los motores, sabiendo que ellos le dirán a través de sus variaciones de sonidos, cuándo llegará el momento en que se deba alimentar la caldera o en su defecto si con lo que tiene es suficiente.  Entonces, si la necesidad existe, él echará mano a la pala o impartirá la orden para que sus subordinados le brinden el carbón necesario con el fin de que se estabilice el correcto funcionar de la maquinaria.

Él escucha, escucha, y escucha. Mientras tanto piensa y cuando le consta que ha llegado el momento —siempre sabe cuándo es el instante propicio pues esa es una de sus virtudes—, se expresa, alimentando el fuego o aplacando sulfuros, y lo deja de hacer cuando la vorágine se atenuó. Es preciso, breve y conciso. Sus palabras van siempre directo a la neuralgia de la cuestión. Siempre sabe qué y cómo decirlo. Por eso confían tanto en él y lo seguirán haciendo, porque ya quedan pocos a su imagen y semejanza, y cada vez existen más bocas de caldera para alimentar en este mundo de locos cuyos impulsores nunca terminan de funcionar correctamente por más bien atendidos que se encuentren.

jueves, 2 de abril de 2015

1982

Al ´82 lo recuerdo como un año muy significativo. No solo por la contienda de Malvinas, sino también en lo personal y ya les contaré por qué. Empecemos por el principio, yo tenía aún once años cuando se desencadenó lo de Malvinas —me niego a denominarla guerra, ya que se supone que una contienda de ese volumen solo se da cuando quienes se enfrentan cuentan con poderíos similares, nada más alejado que lo que pasó aquella vez en las islas—. Nos enteramos de su ocurrencia por la maestra de séptimo grado —mi maestra, mi segunda madre y muchas veces la primera—, que, además, era quien nos traía día a día las novedades sobre lo que sucedía allá. También fue ella la que organizó una colecta con el fin de reunir la mayor cantidad de chocolates y cigarrillos para nuestros soldados, porque, nos dijo, en ese recóndito lugar, que a partir de ese momento comenzamos a ubicar en el mapa físico como parte de la República Argentina, hacía mucho frío. Que los chocolates, de los cuales muchos de nosotros no conocíamos ni el aroma, los ayudaban a recuperar energías y que los puchos les servían para que puedan calmar los nervios y la ansiedad entre batalla y batalla. Quedamos todos chochos con la contribución realizada. ¡Pobres de nosotros, incluida la maestra, qué ilusos! Con seguridad nada de eso llegó a destino, pero bueno, valió la intención. Mucho después nos enteraríamos cómo fue que se desarrolló todo lo referente a Malvinas.
En cuanto a lo personal el año 1982 me dejó un trago amargo, un desengaño inesperado, pero que hoy día cada vez que lo recuerdo me roba una sonrisa. Al poco tiempo de concluir la contienda de Malvinas, recibí la triste noticia de que mi maestra, a la que yo tanto quería y que sabía estaba embarazada, se iba de la escuela y me abandonaba. En realidad se tomaba la licencia por maternidad que le correspondía, aunque yo lo sentí como un abandono y tuvo las consecuencias que tiene una acción de ese tipo. Me caló muy hondo, me destrozó el corazón y no lo pude entender hasta muchos años después porque, para colmo de males, no volvió en lo que quedaba del año que era mi último en la escuela primaria. O sea, que tuvo características de partida sin retorno, por ende, más doloroso aún si esto era posible. Pero bue… tengo que reconocer que dejó huellas imborrables en mi personalidad. Entre ellas: me ayudó a desarrollar el tesón para seguir adelante ante cualquier adversidad por más imposible de superar que esta parezca, o aquella enseñanza que dice que cualquier persona sin importar su origen puede llegar bien arriba si se lo propone y lucha incansablemente para lograrlo, o la otra que reza que llegará el día en que los buenos y los mansos también se rebelen.

En fin, año 1982, año de contiendas que dejaron huellas. Una muy triste, innecesaria y con una saldo lamentable: la de Malvinas, y la otra, la personal, triste en el comienzo, pero necesaria a lo largo del paso del tiempo y muy productiva en estos días por cierto.