No soy creyente, es más, a veces no me creo ni a mí mismo, pero el
caminar bajo la lluvia tiene algo de milagroso, de liberador. Es un regalo del
cielo que te refresca la cara, que te baja la tensión corporal, que atenúa tus
llamas interiores. Pero no sólo es eso, tal vez lo más milagroso que logra una
llovizna al ir empapándote poco a poco es escurrir esas impurezas que te suelen
enturbiar las ideas. Después de mojarte definitivamente ves todo más claro,
como si lo observaras desde una óptica que antes no tenías. Sin exagerar,
deberíamos cada tanto pararnos bajo la lluvia, mirar hacia arriba, elevar los
brazos al cielo, cerrar los ojos y tan solo dejar que el milagro suceda.
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