La desidia había endurecido su corazón.
La indiferencia apagado sus ilusiones. El descrédito obnubilado sus razones. Y
todo eso hizo que la inercia lo transportara por la vida sin oposición alguna,
sin rebeldías. Hasta que, tal vez por un acto reflejo o vaya uno a saber por
qué extraña razón de las tantas que maneja la picardía del Universo, él, rompiendo
la inevitabilidad habitual, levantó la vista como hacía mucho no lo hacía, y
encontró los ojos de ella que lo miraban como si… como si ella hubiera sido
afectada por la misma extraña razón. Y ella pintó una sonrisa que tuvo la
virtud de deshacer en él cualquier cosa que haya sucedido antes, que desplazó la
longevidad de ideas superfluas e implantó en su lugar otras repletas de
esperanzas nuevas. A ella él le resultaba misteriosamente conocido, como si ya lo
hubiera amado antes. Ella se ajustaba con perfección al ideal que él alguna vez
tuvo. Y él le pidió la contraseña de apertura de sus labios y ella se la regaló.
Y él hizo uso propicio de ellos, y saboreó la gloria una y mil veces, y la
grabó a fuego en los propios para jamás olvidarla. Y él le obsequió la
majestuosidad de sus versos por ser partícipe insustituible del resurgir de su
alma.
Y lo demás, lo demás está de más, ya
pueden ustedes adivinar como sigue la historia cuando dos almas afines tienen
la enorme fortuna de reencontrarse.
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