He cometido un error que me ha pasado factura
desde el mismo momento de su ocurrencia, y por el cual deberé pagar tributo el
resto de mi vida; me he enamorado de usted, es mi deber reconocerlo. En mi
defensa podría alegar que esa jamás fue mi intención, que ocurrió como ocurre
un imprevisto, sin aviso previo, sin programación, sin que pueda yo percibirlo o
esperarlo de alguna manera. Es que esos ojos, esos labios, esa voz, el insinuar
de su cuerpo, la elocuencia de su mirada, el ingenio de su parafrasear, todo ese
conglomerado de virtudes y bellezas ha terminado por llenar cada resquicio del
ideal de mujer que sin saber tenía yo grabado en algún rincón de mi ser. El único
problema es que… que usted sólo existe en mis sueños.
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