He aprendido a andar solo, virtud que
tarde o temprano deberé aplicar. Es que,
al fin y al cabo, es así como venimos y como nos vamos. He buscado con suma insistencia
y mirada versátil el alma que trate de comprender mi manera de ser, que no se adelante
a mis intenciones ni retrase su proceder por mí, la que se pueda elevar sin
esfuerzo junto a mí y se deje caer conmigo sin temores, la que fluctúe con mis
fluctuaciones, la que camine a mi lado, o dentro de mí si es su deseo, pues el
mío siempre será acompañarla o acogerla.
Me está llevando tanto tiempo la
búsqueda, que en esa infructuosidad suele invadirme cierto temor, como que me
han sobrepasado las dudas acerca de no saber qué hacer si al fin la encuentro.
Una voz pastosa, calma y muy segura, que
parece emanar desde lo más profundo de mi ser, me susurra al oído: tan sólo
confía y déjate llevar.
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