Suelo tener sueños en los que soy buitre o soy carancho,
da lo mismo. Huelo a las víctimas, vuelo
en pacientes rondas sobre sus cabezas, tengo la capacidad de observar desde
lejos sus debilidades; me atraen. Las identifico y ya no les quito ojo de
encima; las acecho. Las desgracias y los sinsabores ajenos parecen ser mi
sustento. Espero con calma los desenlaces, me satisface la conclusión de lo
inevitable, siento una extraña seguridad al saber lo que va a pasar, sin duda
embriagado por los influjos del poder. Ese poder con el que no cuento en el
plano consciente —y que tal vez en el fondo deseo tener—, se disfraza de
realidad mientras navego por la inmensidad de los incontrolables planos
distantes. Mi temor es que algún día ocurra la transgresión, el violado del
límite que separa un lado de otro como parte de una broma más de las que forman parte
de la gigantesca ironía que resulta el inefable paso del hombre por la vida
misma.
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