Aliento providencial
La mirada en su amanecer
de párpados apenas entreabiertos retoma su andar errático de los últimos
tiempos y se le va a través de la ventana. Al instante por sus pupilas opacas
desfilan imágenes: un grupo de árboles de ramas desnudas, un colchón de hojas amarillentas
revueltas por el viento, las siluetas lejanas de media docena de edificios
ocultos a medias por la niebla, y la inmensidad de la tristeza gris del firmamento;
haciéndole notar en su conjunto el minúsculo punto casi insignificante que es
dentro de ese todo. No obstante ello, siente los ojos de la mismísima Providencia
clavados en él, como auscultándolo. Se pregunta si esa otra mirada alcanzará a
captar algo más que el decaimiento que lo embarga prometiendo matarlo poco a poco,
o es que tan sólo se sintió atraída por la superficialidad del desgano que
demuestra. El desgraciado, abatido en su cama, casi instintivamente le exige que
no se ande con vueltas y se expida de una vez por todas acerca de lo que le
tiene deparado. La respuesta de la que se cree que todo lo sabe no se demoró ni
siquiera un instante: Todo depende de ti, le dijo.
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