El gran problema de nuestros días es que indefectiblemente nos aferramos a lo ligero, a lo accesible. Nos dejamos engañar por los placeres al alcance, por lo sencillo de obtener, por la facilidad de lograr, por la comodidad de no tener que pensar individualmente. Ese dejarnos seducir por toda liviandad y permitir que nos contagie el virus de la pereza, con el tiempo, nos llevará a lo anodino, a lo aburrido, a lo intrascendente, al decrecimiento personal, y puede que finalmente nos empuje a la depresión.
Todas las actitudes superficiales que llevan al acostumbramiento
no hacen más que ir matando poco a poco las ilusiones, y terminan por dejar mal
herido al sentido mismo de la vida.
A lo único que deberíamos acostumbrarnos, es a tener la voluntad y el desparpajo de no acostumbrarnos a nada que no sea producto de un esfuerzo propio o un discernimiento individual.
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