Y aquí me he quedado, purgando la pena
por no despedirte, por dejar que partieras sin decirte adiós. Tuve la
oportunidad de mirarte cara a cara, de pedirte explicaciones, de aclarar
antiguos sinsabores que corroían día a día mis entrañas, pero… pero no sé si
fue la falta de atrevimiento para enfrentar
la situación, o quizás la inseguridad hecha cuerpo producto de tantos
secretos sin revelar la que atentó contra ese posible encuentro. Ya no importa. Y andarás por
ahí, tal vez cuestionando esa actitud cobarde o la carencia de sensibilidad de mi parte.
No obstante ello, opto por tragarme una vez más la rabia, apago mis iras tantas veces
avivadas, y oculto mis recuerdos —ya que olvidarlos no puedo—, te pido perdón y
te absuelvo de toda culpa. Descansa en paz.
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