Nada, absolutamente nada de lo que hoy vemos en los demás es lo
que parece. Algunos más, otro menos, pero todos ocultan algo, nadie se muestra auténtico.
La integridad ha sido drásticamente rebajada redundando en pérdida de consistencia.
La transparencia se ha sentado detrás de cristales empañados y no se deja ver,
es más, tira a propósito su aliento fétido contra ellos para disimularse mejor.
La coherencia entre dicho y hecho poco se corresponde, es posible que ya estén
separados y sea algo inevitable el divorcio. Se ha vuelto raro, extraordinario,
encontrar a alguien con una pizca de sentido común. La humildad solo se utiliza
para disfrazar arrogancias y dobles intenciones. La soberbia transmuta en
falsas modestias que se ríen de sí mismas. Un pedido de disculpas no es más que
una serie de palabras vacías que tan sólo encierran la patética finalidad
implícita de conseguir el perdón para volver a reincidir. Otrora se las llevaba
el viento, ahora ni siquiera hace falta una leve brisa para llevarse las
palabras, se desvanecen en la liviandad del sonido de su pronunciación.
Si nos basáramos en la escasez de reconocimiento de los errores cometidos podríamos
aseverar que ya nadie se equivoca en este supuesto camino con destino de
perfección, sin embargo, es un hecho que está cada vez más plagado de yerros y
desviaciones.
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