Vivía tirando conjuros al viento con el
anhelo implícito de que expandiera mis deseos íntimos más puros y los llevara
allí donde yo no me atrevo, en la búsqueda de la ansiada
correspondencia.
El viento ha tomado mis deseos, los ha
envuelto, los ha estrujado y los ha vuelto a despachar, contaminados con altas
dosis de lujuria, enrarecidos por lo excelso de los placeres mundanos, viciados
con la candencia de las pasiones humanas.
Y en vez de aclararme el panorama ha
diseminado mis dudas. Y entre tanta duda aquellos conjuros lanzados al viento han
terminado por afectar a destinatarios no pretendidos.
Y la devolución no tardó en llegar,
aunque de receptores que no llamé y rebosantes de lujurias, placeres y pasiones
jamás invocadas.
Y lo que en un inicio fue sentimiento genuino,
inmaculado y hasta inocente, terminó por ser un ilógico desenfreno, una
intolerancia inadmisible, un despropósito inaceptable.
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