Es que el gordo culo de la soledad se
instaló entre nosotros y fue creciendo tornándose con el tiempo un monstruo
casi imposible de remover. Cometimos errores inadmisibles para el perdón: el de
no engrosar los alcances del olvido con nuestros viejos rencores, el de no
gritar convicciones a ninguno de los vientos, el de no esgrimir razones
valederas que involucraran al otro con el fin de acercar posiciones o entrelazar
sensaciones. La habríamos debilitado, le habríamos negado el alimento. Pero no,
la intrusa terminó por empacharse con nuestros malditos silencios, con nuestras
crueles indiferencias, con nuestros constantes descréditos, actitudes que son el
néctar mismo de su esencia.
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