Detenerse a contemplar una puesta de sol. Levantarse temprano y ver el
amanecer de un nuevo día. Mirar el reloj, entornar la vista y contar el tic tac
durante sesenta segundos para luego volver a mirarlo y comprobar que
transcurrió exactamente un minuto. Oír la mansedumbre de la lluvia golpear el
techo sabiendo que te puedes quedar acostado un rato más. Sentarte y al fin
poder asentar esa idea que te estuvo rondando, con serio peligro de extravío,
durante todo el día. Recibir una respuesta afirmativa a aquella propuesta que
realizaste sin convicción alguna. Observar tu silueta a contraluz y no terminar
de creer que has sido parte de esa maravilla.
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