Cuantas
veces provistos de nuestro brillo supimos encandilar y opacar a quien osara
ponerse delante.
Otras
tantas veces terminamos nublados por lo gris de las circunstancias, y sumergidos
en la intrascendencia fuimos irrelevantes.
Y
a veces nos ganó la noche y la oscuridad y sus caprichos inmiscuyéndose hicieron
que no nos pudiéramos ver tal como éramos.
Ahora,
si hubo algo común en cada una de las etapas eso es que nunca dejamos de
querernos.